La vida y la muerte en Coplas, de Jorge Manrique

Rita Díaz Blanco

«Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar». (JM)

Las perspectivas sobre la vida y la muerte han acompañado al ser humano desde que despertó su conciencia conectada con las cosas. Aunque no podemos señalar con fechas o datos cronológicos el primer pensamiento existencialista que cuestionó el principio y fin de la vida como tal, los poemas antiguos dan fe y testimonio de dichas reflexiones. La filosofía también se ha ocupado de reflexionar acerca de los últimos momentos de la naturaleza humana. De acuerdo con Montiel, desde que el hombre es tal, la muerte ha sido objeto de temor y de ritualidad. Reflexionar sobre nuestra muerte es reflexionar acerca de la misma vida. La muerte es una dimensión de la vida; ella es nuestra compañera y puede sobrevenir en cualquier momento. Rechazar la muerte es negarse a vivir. Para vivir plenamente hay que tener el coraje de integrar a la muerte en la vida (Montiel, 2003, pp. 59, 64, 72).

La vida y la muerte han sido el fondo literario del género poético de la elegía funeraria medieval; dicho género tiene como característica esencial el lamento porque en él se engloba todo lo que piensa y siente el hombre frente al problema de la vida y su desenlace: la muerte. Uno de los poetas más significativos de este género literario fue Jorge Manrique (1440 – 1479), con las Coplas a la muerte de su padre.  Se dice que el cáncer consumió a su padre, don Rodrigo, y que luego él siguió participando intensamente de la vida política hasta que fue herido de muerte mientras combatía al marqués de Villena en el Campo de Calatrava (Pérez, 2013).   

Viniendo de una familia de prestigio político, quizás nuestro poeta se vio en muchas ocasiones cerca de la muerte, pues participó en varias batallas por defender la corona. Sin embargo, sus obras hasta el momento del deceso de su padre estaban ajustadas a los géneros de la época: obras de amores, cancioneros, motes, burlas… Esas producciones abarcaban más de unas cuarenta composiciones, en general obras satíricas y amorosas convencionales dentro de los cánones de la poesía cancioneril de la época, todavía bajo influjo provenzal. Con las Coplas compone una poesía individual, íntima como expresión particular de sentimientos. En ellas Jorge Manrique hace el elogio fúnebre de su padre, Don Rodrigo Manrique, mostrándolo como un modelo de heroísmo, de virtudes y de serenidad ante la muerte.  

Su padre fue un referente muy fuerte para él y debió vivir en carne propia la pérdida de un ser amado para que su conciencia «avivara el seso». Muy probablemente hablara por sí mismo cuando instaba a no dormirse, a no olvidar que todos morimos.

La vida como camino

Para Manrique Este mundo es el camino/para el otro, que es morada sin pesar. Es transitorio y se inicia desde el nacimiento. Además, es una vía por donde transitan al mismo tiempo la vida y la muerte. La vida no termina; se transforma.   

Hay una temporalidad «¿Qué fueron sino verduras de las eras?» que hace referencia a lo estacionario, como parte de un ciclo, que afecta todo lo que existe. En varias estrofas enumera las cosas que pasan y las coloca en forma de preguntas: ¿Qué se hizo el rey don Juan? /Los infantes de Aragón/ ¿qué se hicieron?… ¿Qué se hicieron las damas, / sus tocados, sus vestidos, / sus olores? La interrogación retórica presente en varias estrofas sirve para evidenciar la idea de que lo material es perecedero, los placeres de la vida no son eternos, las pertenencias materiales no pueden ayudar a extender la vida y apegarse a ellas aumenta la incertidumbre ante la idea de la muerte.

La presentación de la vida como un camino fue tratada por autores posteriores como Martin Heidegger, en su libro Caminos de bosque donde aparecen varias analogías: caminos que parecen ocultos por la maleza y otros que parecen detenerse de manera brusca (quizás la muerte prematura). Los que conocen los caminos son quienes lo han andado, los que abren espacios mientras los transitan… (Heidegger, 2010).  

Si pudiéramos representarla sería más o menos así:

 La vida y la muerte fluyen hacia adelante, con la diferencia de que lo hacen desde puntos diferentes, pero a la vez homogéneos. Ambas parten del nacimiento, pues para morir primero hay que nacer y al encontrarse ambos puntos el Ser se transforma. La vida, desde la visión de Manrique, es intrínseca a la muerte; es un binomio sin antagonismo que se complementa con la misma naturalidad que «los ríos que van a dar en la mar». Algo natural, espontáneo, instintivo e inevitable:   

Partimos cuando nacemos,

andamos mientras vivimos,

y llegamos

al tiempo que fenecemos;

así que cuando morimos

descansamos.

Heidegger planteaba que el «inicio ya contiene de modo oculto el final»(Caminos del bosque, p55). De modo que, si lo aplicamos a los conceptos aquí discutidos: vida-muerte, la vida es parte de la muerte, como la muerte es parte de la vida. Despertar esa conciencia de la relación no dicotómica entre ambas es lo que el autor analiza en los conceptos hegelianos «conciencia y saber», donde consciencia es un estado de saber «como ser consciente» como una manera de haber «visto»(aquí con sentido de experimentado) a través de los sentidos la realidad que representa. Dicho de otra manera, Manrique es consciente de lo efímera que es la vida al perder a su padre; permanece en un estado de saber marcado por la vivencia, por el «he visto» que es un estar presente en la realidad. Su complemento del «he visto» es la fuerte convicción de una vida más allá de lo terrenal, que, aunque no forma parte de lo tangible, forma parte de la contemplación de lo presente a través de su experiencia.

La muerte como paso

El ser humano no entiende la muerte, más bien cuestiona su sentido y, aunque la acepta biológicamente, tener que morir agrede la esencia del Ser llegando a equipararla con el no-Ser como si fuera una dualidad que se enfrentan constantemente y en la que le gana a la vida siempre. Es decir, al enfrentarse la vida y la muerte, esta última resulta victoriosa porque todos morimos: el de actuar correcto, el justo, el injusto, el cobarde, el valiente, el rico, el pobre… Es cierto, desde el punto de vista biológico, que la muerte constituye un fenómeno natural inevitable, pero, debido al nexo que se da entre vida y el Ser, ontológicamente la muerte constituye una perturbación: dejar de ser en el plano terrenal.

Han (2018) reflexiona sobre la visión de Kan entorno a la muerte y afirma que la vida es positiva por sí misma y la muerte, por ende, negativa. Entonces, mientras más años se viva significará mayor resistencia a la muerte y la muerte representará la derrota de la vida. Desde esta perspectiva es irreconciliable toda comunicación entre ambos conceptos, convirtiéndolos en antítesis para el Ser. La muerte es una humillación, una derrota a lo humano que termina quitándole la dignidad.  No obstante, Manrique entiende la muerte como una realidad que concierne a Dios, es decir, articulado a lo teológico. No es una realidad ajena a Dios, sino manifestada en su voluntad. La muerte y el hecho de morir no es un final, sino un tránsito hacia una vida nueva que es eterna.

Morir no es la tragedia de la desaparición ni la extinción, es más bien el reencuentro del alma con su creador. Un paso de la vida temporal a la vida eterna sustentada en el accionar correcto. Manrique ve en su padre a un creyente que se ha ganado la vida eterna por su labor como caballero de la corte. Como lo cantara en su poesía Santa Teresa de Jesús, Sólo con la confianza/vivo de que he de morir, /porque muriendo el vivir/ me asegura mi esperanza. Su función es iluminar y consolar al hombre como ser enfrentado inexorablemente a semejante destino.

La muerte homologa al hombre, lo equipara por encima de las condiciones materiales y espirituales que les hayan rodeado. Quizás una crítica social subyace en estos versos del poeta o una reiteración para los amigos y allegados a la casa de su padre. Lo que, si bien es evidente es que Manrique empieza a reflexionar sobre la vanidad de la fortuna y las riquezas, pues su padre no pudo salvarse de la muerte aun teniendo el favor de la corte, una reputación intachable y condiciones económicas favorables. La fuerza física que le acompañó en las múltiples batallas había sucumbido ante la enfermedad y seguro que ver el desgaste corporal de su progenitor, otrora vigoroso, le había afectado profundamente:

Allí van los señoríos

Derechos a se acabar

Allí los ríos caudales

Allí los otros medianos

Y más chicos y llegados

Son iguales.

La estrofa 1 es un llamado de quien conscientemente está experimentando una pérdida dolorosa. Es una advertencia para quienes no han reflexionado sobre la fugacidad de la vida, o peor aún, sobre cómo lo irremediable puede tener una nueva visión: Recuerde el alma dormida/avive el seso y despierte… Coloquialmente el ‘seso’ es esa capacidad para pensar y juzgar con cordura y sensatez. Implica un alto grado de conciencia entendida esta como » introspección o reflexión, esto es, cuando deliberadamente inspeccionamos nuestros pensamientos» (Díaz Soto, 2012). Es decir, no te distraigas de lo importante, sé cauteloso, no olvides que todos seremos tocados por la muerte. Ella se aproxima a nosotros; no está esperando que lleguemos: contemplando cómo se va la vida/como se viene la muerte. La vida y la muerte implican movimiento. Es una especie de atracción natural, como si una fuera parte de la otra.

A partir de la segunda estrofa aparece el fluir del tiempo: pues si vemos lo presente/como en un punto se es ido/y acabado. María Zambrano (1986), citada por Andrade (2005) plantea el tiempo como la «envoltura de lo inédito». El tiempo es algo complejo y puede asumirse desde distintas perspectivas. Para otros autores lo pretérito está fijo y lo futuro abierto; el tiempo es unidireccional y expresa la ruta, el camino del ser humano va a la irreversibilidad de la muerte (Andrade, 2005). El hecho de que toda criatura viviente muera evidencia la prueba más perceptible del flujo del tiempo. Manrique ve el tiempo como un proceso, una estación que cumple su ciclo y lleva todo al recuerdo, al pasado, a la muerte. Mas no hay pesar en ello, pues todo es perecedero y necesario para pasar a una nueva vida: «Verduras de las eras…/rocío de los prados…». Es una visión cuasi pastoral, cuyo compromiso de advertir a los vivos sobrepasa incluso sus mismos cánones. 

Manrique ve en don Rodrigo todas las virtudes conocidas, comparó su valentía, honor y caballerosidad con personajes históricos de gran mérito. Enumera las bondades de su padre y cómo actuaba en vida. Enumera un grupo de personajes con las características que lo identificaban: sirvió dignamente al rey, se forjó nombre de caballero, combatió a los moros…. Resalta los hechos que le ganaron su buen nombre y los vaivenes de su situación como guerrero. No obstante, la muerte llegó a su casa, entra al escenario para demostrar que esta vida es mundana y perecedera. Sus méritos no lo salvaron de la muerte y de nuevo el poeta insta al comportamiento moral:

…después de tanta hazaña

a que no puede bastar

cuenta cierta,

en la su villa de Ocaña

vino la Muerte a llamar

a su puerta.

Actuó como se esperaba de él, bajo la percepción del deber cumplido, por eso, afirma el poeta, Dios tiene la voluntad y el maestre acepta la muerte y su alma va al cielo:

y aunque la vida perdió,

dejónos harto consuelo

su memoria.

En definitiva, Manrique no cuestiona a la muerte, la presenta como un destino a donde todos vamos sin importar la condición social: tanto los campesinos como los obreros y los ricos se igualan. No cuestiona a Dios, pues en su convicción este mundo es el camino para el otro. La vida terrenal es una puerta para la eterna a la que se accede a través de un código de comportamiento moral, vivir de acuerdo con ciertos principios garantizan otra esperanza. En sus versos llama al buen juicio, al comportamiento recto: Los placeres de la vida son corredores/y la muerte la celada.

Referencias

  1. Andrade, Raiza, & Méndez, Raizabel. (2005). Tiempo y devenir. Imaginario de futuros imposibles Time and Coming Events: The Images of Imposible Futures. Frónesis12(1), 38-62. Recuperado en 20 de septiembre de 2021, de http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1315-62682005000100003&lng=es&tlng=es.
  2. De la fuente, V (1881). Santa Teresa de Jesús. Compañía de impresores y libreros del Reino. Tomo III. Recuperado de https://books.google.com.do/books?id=Jyc_AAAAYAAJ&pg=PA91&dq=y+tan+alta+vida+espero&hl=es&sa=X&ved=2ahUKEwjxk8e-j4_zAhXCQjABHV73B48Q6AF6BAgDEAI#v=onepage&q=y%20tan%20alta%20vida%20espero&f=false
  3. Díaz Soto, M (2012). La conciencia desde un punto de vista filosófico. Cuestiones conceptuales. Revista chilena de Neuropsicología. 7 (1). 7-11-2012.  Recuperado de www.neurociencia.cl
  4. Han, B. (2018). Muerte y alteridad. Herder editorial.
  5. Heidegger, M (2010). Caminos de bosque. Alianza Editorial. Recuperado de https://joaocamillopenna.files.wordpress.com/2014/03/163022101-heidegger-martin-caminos-de-bosque.pdf
  6. Manrique, J (2020). Coplas por la muerte de su padre. Editorial Verbum.  Recuperado de https://books.google.com.do/books?id=k_D2DwAAQBAJ&printsec=frontcover&dq=coplas+a+la+muerte+de+su+padre&hl=es&sa=X&redir_esc=y#v=onepage&q=coplas%20a%20la%20muerte%20de%20su%20padre&f=false
  7.  Montes, Juan José. (2003). El pensamiento de la muerte en Heidegger & Pierre theilhard de Chardin. Utopía y Praxis Latinoamericana, 8(21), 59-72. Recuperado 17 de septiembre de 2019. Desde: https://dialnet. unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2731211 
  8. Pérez Priego, M (2013). Literatura española medieval (El siglo XV). Editorial Universitaria Ramón Areces. Segunda edición. Recuperado de https://books.google.com.do/books?id=4prqDQAAQBAJ&pg=PA115&dq=jorge+manrique+biograf%C3%ADa&hl=es&sa=X&ved=2ahUKEwig1_n80I7zAhUiTDABHZM9DooQ6AF6BAgFEAI#v=onepage&q=jorge%20manrique%20biograf%C3%ADa&f=false

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